viernes, 21 de octubre de 2011

El inquebrantable hielo (Protagónico)

Entro al cuarto de Jonathan y la sensación de incomodidad parece apoderarse de mí al encontrarme en una casa donde no conozco a nadie. Sólo había tenido contacto con Jonathan una sola vez y había sido vía telefónica. Aquí es donde empiezo a odiar mi  timidez que se convierte en mi peor enemigo.  Saludo a Jonathan, pero la conversación se muere en el bien, gracias. No puedo enfocar mis ojos en un solo elemento, pues esta habitación, de pequeñas dimensiones, está sobrecargada por cuadros y objetos acumulados. Intentando concentrarme y  me encuentro con un afiche del Joe pegado con una puntilla en la pared principal de esta habitación, lo curioso en este cartel es que en la parte inferior hay una fotografía de Jonathan en un campeonato de salsa. Esa foto coincide con lo que Carmen, la mamá de este joven, me había contado. Debió ser ese el día en que este joven había contraído una fuerte gripa, pero sus ganas por participar fueron más grandes que la enfermedad, las mismas ganas con las que se le percibía al Joe, máximo exponente de la salsa colombiana, en sus últimas apariciones en los medios de comunicación, que pese a sus complicaciones de salud hacía su máximo esfuerzo por interpretar sus canciones, aunque, a diferencia de Jonathan, ya no lograba los mismos reconocimientos artísticos del pasado. Quiero preguntarle más a Jonathan sobre ese concurso, el problema estaba en cómo hacerlo ¿Cuál sería la mejor manera de acercarme al tema? ¿Cómo iba a romper el hielo y entablar una conversación que hasta el momento no se había dado?

Jonathan está acostado en una cama sencilla encima de una sábana tejida en croché de color un poco desteñido. Tiene en sus manos un libro de matemáticas y  sobre la cama reposa  un cuaderno. El golpe de  sus pies contra el piso y sus constantes gruñidos me hacen  pensar que está  teniendo dificultades con la solución de sus ejercicios, las mismas dificultades que mías para hallar esa pregunta que diera paso a una conversación.

Me decido y le pregunto algo, pero no sobre la fotografía que está en el afiche del Joe, sino sobre el libro que encontré en una mesa  y que lleva por portada la foto de Héctor Lavoe y con un llamativo título: ‘Cada cabeza es un mundo: Relatos e Historias de Hector Lavoe’.

Desafortunadamente la información que me da Jonathan sobre el libro no me permite ahondar en el tema. Sólo me dirige la palabra para decirme que lo lee todas las noches, pero instantáneamente vuelve a su tarea, su tono seco en la voz me muestra que no quiere interrupciones mientras  estudia. Intento justificarlo o justificarme en mi pasado, en aquellas épocas de bachillerato donde mi papá intentaba, de todas las formas, explicarme ejercicios de matemáticas que no lograba entender;  en esos momentos lo último que quería era que mi mamá llegar a interrumpirnos con preguntas obvias como  ¿están estudiando? A lo mejor  así se siente Jonathan, además no es fácil darle información a un completo desconocido.

En todo caso yo ya estoy desesperándome, han  pasado 40 minutos y no logro la forma de poder entrarle a aquel hombre. En  últimas es sábado y si él quiere puede hacer sus tareas cuando yo me vaya. Intento tranquilizarme y pienso en que lo que menos debo hacer es dañar la oportunidad de tener próximos encuentros con Jonathan.

Por un momento interrumpe Carmen, la madre de Jonathan y nos ofrece algo de tomar. Yo le pido un vaso de agua y Jonathan sólo gira la cabeza dando a entender que no quiere nada. Al minuto su hijo para de estudiar y prende un radio pequeño sintonizando Huila estéreo, emisora dedicada a la salsa y merengue en esta región opita. Por un momento siento que Jonathan ha dejado las matemáticas para iniciar un diálogo conmigo, pero no.

Se levanta de su cama, se pone unas pantalonetas y unos tenis que, claramente, me da entender que va de salida.  Le pregunto que si irá a jugar fútbol porque alista un balón  y me responde que sí, que se le ha hecho tarde.  ¿Será sólo una excusa? ¿Estará incomodado por mi presencia y está buscando la forma formal de decirme que ya me debo ir? Por ahora no encuentro respuestas y aunque el tiempo se ha hecho corto, la situación me empuja a partir. Me tomo el vaso de agua que me llevó Carmen y  me despido, no sin antes agradecer la ‘gran ayuda’ que me han dado prestado. La sensación de frustración es evidente y una vez  más digo: ‘al carajo mi timidez’.

1 comentario:

  1. Puedes trabajar más en la descripción. En la entrevista con tu personaje eso debería ser más importante que algunas reflexiones. Mejora mucho la narración sobre tu crónica.

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